Edurne
Para que nada cambie, tengo un día bien cargado. Me
paso la vida juzgando a los mismos, como si éstos hubieran estado predestinados
para caer en mi juzgado. Hoy me toca Juanito. Esta vez se trata de violencia de
género, resistencia y ataque con lesiones
a los agentes de la autoridad. Todo un poema este muchacho. Fue mi
primer caso, cuando caí en este juzgado, hace ya 7 años. Entonces el delito era
tenencia y tráfico de droga dura. Es un pringadillo que había sido pillado con
las “manos en la masa”, por un soplo de su cliente.
Hasta yo sé que no se puede uno fiar de ciertos
perfiles de drogotas que no tienen otra alternativa que servir de confidentes.
Me sorprendió mucho que el pobre Juanito se hubiera dejado engañar. No me
pareció tan ingenuo, ya había cumplido
los treinta y sobrevivido en esos ambientes desde los catorce.
Todo me pareció una farsa: testigo y acusado fichados
y tan obstinados en la reincidencia que acumulaban buen número de condenas y de
causas pendientes, cualquiera de ellas más grave que la que nos ocupaba; una
dosis de heroína. Era mi primer juicio y difícilmente podía quitarme de encima
la lacra del ridículo. Ponte en mi lugar, lector ¿No te parece grotesco? El
derecho penal español se aplica, teóricamente, para redimir al culpable y en
este caso, acusado y testigo empezaron a
delinquir en la adolescencia y en vez de redimirlos, el “sistema” les ha
encadenado en una serie, a mi juicio interminable, de condenas, causas
pendientes y reincidencia. Me sentía fatal.
Juanito tenía una abogada de oficio, suerte que tuvo,
que conocía bien el caso y que dejó claro que yo era una novata al primer
zarpazo. Fue un duro golpe, pero siempre agradeceré este ataque despiadado.
Salió la leona que llevo dentro y el temario de la oposición y me puse a ser
jueza. Apliqué la pena menor, en un caso cuya legislación está cargada de
ambigüedades.
En esta ocasión, pese a los espolones y las canas que me ha dado el “oficio”, me
encuentro mucho más impotente y ante acusaciones mucho más graves que afectan a
la Ley de género y a la resistencia y lesiones a la autoridad. Felizmente la primera
ha sido solventada por la retirada de la denuncia de la maltratada. Quedan las
patadas y mordiscos que recibieron los agentes que acudieron a la llamada de
socorro de la última. Están rabiosos y desde luego no son de los que piensan
que nuestra justicia penal debe ser redentora. ¿Quién lo cree?
Para mayor desgracia, el acusado, como muchos otros
que me ha tocado juzgar, no tiene defensa;
le ha tocado uno de esos del turno de oficio que siquiera se molesta en
informarse del caso, “total para lo tarde y mal que les pagan”, como pregona,
sin pudor alguno. Claro, que no lo hace en mi presencia y no tengo pruebas o
margen, para garantizar el derecho a la defensa. Todos sabemos lo que hay y lo
que se proclama.
Lo sé por mi experiencia, siempre me ha repugnado y
también sé que muy poco puedo hacer. Pese a mi resignación y a haber pasado
tantas veces por violaciones de Derechos Fundamentales, he tenido que hacer
grandes esfuerzos para retener mi rabia. El odio es lo único que he percibido
en la acusación y la defensa siquiera ha aceptado el testimonio de amor que
brindaba la acusadora.
He zanjado. 14 meses, bastante lejos de los 3 años que
pide la acusación. He sentido los dardos de las miradas acusadoras. Me Juana de
Arco y estoy convencida de que les encantaría arrastrarme a la hoguera;
especialmente a la auxiliar, que me sale al paso cuando me dispongo a
marcharme.
-Necesito que me firme estos documentos…
No creo capaz de entenderme aunque sepa muy bien
molestarme, como es el caso. Estoy, sin embargo, segura de que ha captado mi
ira, porque se ha retirado con el rabo entre las piernas.
-Claro, que puede hacerlo mañana por la mañana.
Me voy con el viento en popa. No sé muy bien por qué
me ha venido a la mente la “Canción del pirata” de Espronceda, no es que sea
santo de mi devoción, Me veo surcando mares y manejando un velero bergantín sin
cañones. Que me diga alguien lo que han arreglado las guerras. Solamente creo
en la justicia, pero no en ésta.
-¿Dónde vas con ese cuerpo y con tal careto?
Ensio se presenta siempre, aunque nadie se lo pregunte,
como “maricón” y luce su pluma con arte y orgullo.
-¿Cuánto le ha caído?
-14 meses…
-¡Pobrecito mío! ¡Y yo que venía para invitarlo a la
fiesta! Tenía que haber quedado libre; la cubana ha retirado la denuncia, está
loquita por él. No es la única…
-Había más, mira, no me apetece hablar del tema.
-Eres jueza, colega y sabes tan bien como yo cómo ha
salido de comisaría. He estado esperando a su llegada aquí y tú has tenido que
ver lo mismo que he visto yo.
-No hay denuncia o constancia de que el estado en que
se encuentra tenga relación alguna con su detención preventiva.
-¿Podrías explicarme una vez más lo del “Habeas Corpus”?
-¿Para qué?
-Hay signos claros de que ha sido torturado.
-No es así, ha sufrido golpes, claramente pero no
sabemos cuándo.
-A la vista está
-Hay que documentarlo… Mira, Ensio, déjame tranquila.
¿No te has dado cuenta de que he salido de estampida? Quiero perderme.
-Ya estás perdida, cariño.
Mis intentos para librarme de él no dan,
decididamente, resultado alguno. Pese a ser setentón, este tipo me alcanza.
-Tengo misterio
Siempre tiene buen costo; a veces nos fumamos unos
canutos.
-Mira, ya estamos junto a mi casa, tengo un par de rayitas,
preparamos unos mojitos y me ayudas a preparar la fiesta, con estos rollos lo
tengo todo patas arriba. Te vendrá bien un jaccuzzi y que te arregle un poco
ese careto. ¿No pensarás venir así a la fiesta?
Ensio es muy persuasivo, tiene un pisazo que le
consiguió el amante que le sacó de Uruguay, al mismo tiempo que obtenía la
nacionalidad española y una plaza en el extinto ministerio-secretaria del
Movimiento Nacional. Lo sé porque me lo ha contado él. No me ha dado más detalles.
Conocí a Ensio, porque pasó como funcionario a Justicia y le tuve de auxiliar.
La cuestión es que me dejo engatusar. Él sabe muy bien
cómo hacerlo y he olvidado por completo el vis à vis de Martirio y Antonio.
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