jueves, 25 de febrero de 2016

El capítulo de ayer



El afro


No me gustan los eufemismos, pero mi patrón ya se ha apropiado de mi negritud y yo, a fin de cuentas, soy el criado, aunque me pagan en “negro”. Por lo demás, no tengo queja alguna, salvo que sigo siendo un “sin papeles” y por tanto, condenado a servir a estos señores, quizá durante toda la eternidad; de algo tengo que vivir, digo yo.
Para Ana era muy malo, a juzgar por cómo me trataba, pero José me blanqueaba con sus bendiciones, porque mis traducciones facturan suficiente como para tranquilizar a Hacienda y su pareja ya no puede hacerle sentir culpable, por la liberación de la sobrecarga que le había sido impuesta.
Yo comprendo a todo el mundo y me basta con estar muy bien pagado, aunque sea en negro y me gusta mi trabajo. Tengo cuatro lenguas maternas: el inglés, el francés, el castellano y el Wólof y me gusta plantearme la vida en las cuatro; no puedo hacerlo en una de ellas por separado.
Eso sí, empiezo por la de mi estirpe, las raíces que mi existencia no me ha permitido conservar, porque era marxista leninista en los 60s. Sí, viví la movida del 68 cuando hacía mis estudios de Sociología en la Universidad de Lille y como castigo perdí los papeles, negados por la embajada de Senegal y sin poder renovar mi residencia, como estudiante en Francia; por falta de los mismos.
Era una situación kafkiana; para matricularme en la universidad necesitaba tener la carta de residencia y para obtener la última necesitaba estar matriculado. En mi caso, era becario de un gobierno que renegaba de mí.
Nadie comprende que no se me acuerde el derecho de asilo. Yo sí;  no se pueden encontrar argumentos para proteger a alguien contra Léopold Sédar Senghor, el primer presidente de Senegal, que mantuvo el poder hasta 1980. No solamente era un héroe para los senegaleses que lucharon por la independencia, sino uno de los pilares de la “negritude” que dio voz y dignidad a los negros, en la literatura universal.
Para mí mismo es difícil encontrar argumentos; admiro a un negro que entró en la Academia Francesa y hasta en el gobierno de la metrópoli; nuestra voz en el proceso de descolonización. Era amigo de Pompidou, altamente respetado por de Gaulle y, al mismo tiempo, el héroe de los independentistas senegaleses.
Léopold Sédar Senghor era un lujo para Senegal y, sin lugar a dudas; soñaba con la unión de las colonias que ayudó a independizar, y formó parte de los “no alineados”. Tengo y tenía entonces, un gran aprecio por su obra, pero también temblaba y los hechos me han dado la razón, porque el proyecto era muy dependiente de su creador y del mismo solamente perviviría lo que interesaba a la metrópoli: la francofonía y los privilegios de la alianza con sus ex colonias para la explotación de los grandes recursos de las mismas.
De hecho, mi interés por Senegal terminó con la presidencia de Shenghor, como si no hubiera negros que merecieran el respeto de los blancos. No los hay porque no nos dejan. Bueno ya me he presentado; un negro, sin papeles, que trabaja, en negro,  para la puta y  el negro. Como he explicado, fui contratado por José para minimizar el victimismo de Ana; yo me encargaría de las traducciones y ella no podría continuar su cansino quejido.
No es de extrañar que no recibiera una gran bienvenida por la señora. Lo que no estaba previsto es que fuera ella quien descubriera que mi papel podría ser aún mayor.
La locura que estaba viviendo José no era obra para un solo negro y la negritud teóricamente no existe en el caso,  y por tanto no se puede recurrir a especialistas. En las conversaciones que tuvimos por motivo de trabajo; Ana se empeñó en seguir haciendo su parte, pese al enorme tiempo que tenía que dedicar a lo que yo podía traducir en menos de media hora, ella descubrió dos cosas: que ya no estaba tan sola y que tenía capacidad para ayudar a José para aligerar la losa que le aplasta.
Reconozco que yo también aprecio estas conversaciones; creo que son algo más que un remedio a mi soledad, que me comprende y que la comprendo. Nadie puede extrañarse de la actitud de José que tiene que aguantarse las ganas de enterarse de lo que hablamos. No puede quitarse los cascos y cada vez se pierde más cosas; porque Ana y yo estamos sobrados de tiempo y no nos privamos de aprovecharlo.
Ana aprovechó la visita de Brigitte para invitarme.  José tenía que quitarse los cascos durante la cena, al menos; era su invitada. Para entonces ya estaba convencido de que José  tenía que escucharme y que ya sabía yo lo que me convenía.

En efecto, necesito trabajar y mostrar a los blancos que sé hacerlo mejor que ellos, aunque sea en negro, pero muy bien pagado. Asistiré a la cena, como a un mercado, para venderme.

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