martes, 19 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

“Aquí yace polvo, ceniza y nada”

Por difícil que parezca esa es la despedida de este mundo que eligió mi falso tío para que se esculpiera en su tumba,  la que le correspondía como cardenal arzobispo Primado del reino. El epitafio se mee ha quedado clavadito en las entrañas, aunque la muerte se produjo unos años después de que mi misión me llevara a Madrid, donde mi padre tenía montadas sus redes de confidentes.
No me fue duro  dejar el palacio o al cardenal arzobispo de Toledo y siquiera fueron necesarias explicaciones. Me bastó esperar la llegada de mi pretendido tío para cumplir con el protocolo del parentesco que habíamos dibulgado.
Ensio era mi enlace. Un guapo mozo impúdico, que se enteraba de todo, por mucho empeño que se hubiera puesto en la ocultación. Vino acompañado de María, excelente carabina para evitar habladurías. El vestuario y el carruaje eran de una elegancia tan sobria que hubieran podido competir con la falsa modestia que después descubrí en la tumba del cardenal
Claro que cuando este escribió su epitafio ya había sido abandonado por todos los poderosos. Yo había sido el primer signo de la debacle; la duquesa de Orleans ya había conseguido su objetivo con el cambio de testamento. Este objetivo era compartido a su manera por Luis XIV y por la Maintenon.
El problema surgió con las interpretaciones, para los últimos, el nombramiento de Felipe V era una invitación para tomar por asalto el imperio español y para reafirmar que Francia era una potencia.
Así quedó patente de inmediato:
Aunque Ana y María Teresa de Austria, madre y esposa, respectivamente, del monarca francés, habían firmado un documento de renuncia a sus derechos de sucesión a la corona española, Felipe V no había firmado la suya con respecto al trono de Francia.
Bien es cierto que su hermano, el delfín tenía dos hijos y que muy verdes las tienen que pintar…, pero pasó, como parecía haber adivinado la Palatina. En todo caso fue una bravuconada que levantó a toda Europa, empezando por el emperador austriaco que proclamaba tener los mismo derechos a la sucesión de Carlos II que el monarca francés y que disponía, asimismo, de un candidato segundón.
Muy pronto quedó  patente que Luis XIV tenía todas las intenciones de intervenir en el gobierno de Felipe V .Cuando se anunció el principio del reinado de éste, ya se había pensado en el eslabón con Versalles: la princesa de los Ursinos, una arpía que había sido introducida en la corte por la intrigante Maintenon.
Ahí dolía a Madame y yo, como su diamante en bruto, tenía que hacer lo que hacían los Saloppe para informar a mi madrina de todo lo que se movía en las intimidades de una corte que escapara  a sus redes convencionales.
No se trataba de meterme en la basura, Ensio hacía su trabajo de forma impecable y en ningún caso yo debía tomar riesgos, seguía siendo la sobrina del cardenal. Ensio  y María eran, respectivamente, mi guarda de corps y mi doncella. Tampoco podía quejarme de mi nuevo  alojamiento en Madrid, discreto pero adecuado a mi rango.
Ensio sabía todo, yo no tenía más que trasladar su información al tablero de ajedrez de Madame y que proponer las jugadas. Mi talladora sabía que podía confiar en mí, hartos trabajos tenía en Versalles y le faltaba el olfato que yo había adquirido de la intriga española.
Europa estaba en llamas que se propagaron en la propia península con la tentativa de golpe de Estado de la Neoburgo a partir de una Cataluña del partido austriaco. El despechado cardenal se asoció a su antigua rival y también hizo de las suyas. No era nada aún, pero no tardó en serlo. Pese a la guerra, a la miseria, a la muerte, a la resistencia de la Grandeza de España, la de los Ursinos mantuvo intacto el proyecto de Luis XIV para España. ¿Todo? No todo, gracias a Ensio y a mí.
 La princesa era muy ducha y estaba relacionada, conoció al cardenal Primado y la corte española durante un largo exilio de Francia por un desgraciado incidente en que, en un duelo, su entonces marido, el príncipe de Chalais,  mató al duque de Beuavilliers, amigo de infancia de Luis XIV y los príncipes  tuvieron que huir de las iras del soberano francés.
Muerto el perro se acabó la rabia y la viuda obtuvo el perdón y el apoyo del monarca ultrajado,  para instalarse en Roma y para contraer segundas nupcias con el príncipe de los Ursinos. Versalles necesitaba alguien para intrigar en la ya muy intrigante “ciudad eterna”. Portocarrero  fue uno de los asiduos de las recepciones de la princesa y sin duda un valedor de la misma. Así se lo había pagado. “Polvo cenizas y nada”.
No podía sacar mis emociones en público, aunque me habían hecho de acero, necesitaba sacar la mala sangre. Me creía en la intimidad cuando estallé. No lo estaba, no. Me encontré fundida en un abrazo, me dejé llevar más allá del decoro. No pasó más que una vez pese a la seducción que irradiaba Ensio. Éste era homosexual. Sus  amoríos le habían sacado de una vida gris en Colonia de Sacramento y nos eran de gran ayuda.
¿Cómo llegó a pasar? Sin duda jugó un gran papel el epitafio que había escogido el finado. Era un gran desafío a la ingrata de los Ursinos. Pasamos horas llorando y fundidos en un abrazo. Juramos vengar a mi pretendido tío.
Lo hicimos con saña, pese a que nuestros cuerpos no volvieron a juntarse; mi madrina tuvo material para hundir a la princesa, pero también lo tuvieron los enemigos de la misma en la corte española.
Fue largo, la pieza que nos proponíamos cazar tenía garras y espolones, pero lo conseguimos el 23 de diciembre de 1714, cuando la entrometida cayó de lleno en nuestras trampas y fue despedida por la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, la que ella había escogido por considerarla una estúpida meapilas que se dejaría manejar.
Esta vez nuestra artillería había funcionado. Cierto es que tuvimos que recurrir a la Neoburgo, pero lo logramos. Movimos todos los hilos para que tía y sobrina se encontraran antes de la llegada de la nueva reina a la corte. No estaba previsto el encuentro. Fue obra nuestra, sabíamos que la ex reina compartía nuestros anhelos de venganza o quizá más, porque el cardenal mal pagado y la ex reina habían intrigado contra Felipe V, haciendo venir a Toledo al candidato austriaco. La venganza había unido a dos enemigos que se consideraban irreconciliables. Tras la entrevista, la Farnesio despidió a la hasta entonces todopoderosa en España.
Es una larga historia en la que intervino también la astuta Palatina para hacer bien ver en Versalles que la nueva esposa de Felipe V tenía poderosas razones para despedir a la entrometida princesa de los Ursinos. Luis XIV había empezado su decadencia y la Maintenon no supo encontrar argumentos contra las pruebas que aportaba la cuñada del rey, gracias a Ensio y a mí.

Vuelvo al epitafio porque aquella noche de septiembre de 1709 concebí mi hijo Ensio. No era deseado no. Lo oculté mientras pude y cuando ya era imposible de ocultar, me retiré tranquila, Ensio estaba ya suficientemente preparado para que no se notara mi ausencia durante el parto y el tiempo  de rehacer mi figura. La excusa fue que había contraído la viruela.

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