sábado, 18 de febrero de 2017

Nuestra cita cotidiana

Nota: pongo lo de hoy. Para no cansar a l@s que hayáis leído el resto. L@s que no lo hayáis hecho tenéis lo anterior en la entrada precedente.

Baraka

En el  98 de Apartamentos Concorde y en mis recorridos por la playa de San Juan se ha abierto paso a mí  “magara”, que ahora veo como “baraka”, ¿Será por la Taifa Valenciana? Yo creo que es por el Sahara, donde conviven ambos términos, el segundo es deísta el primero no lo es, pero las poblaciones del inmenso desierto viven su unión con el universo inmenso de la misma manera.
Yo lo estoy viviendo. Sobraba un poco de fabada; se la ofrecí a Pedro, el coordinador de los taxistas que aseguran el transporte a la llegada o salida de los clientes. Yo llegué con neuras; me las quitó desde mi llegada, me sentí muy arropado. Me apetecía mostrar mi agradecimiento y pensé que mi oferta era una exquisitez.
Pedro captó mi gesto. Cuando vino a buscar la fabada, me trajo una botella de vino de calidad que no había degustado desde hace muchos años, un crianza Enrique Mendoza, alicantino. Pedro sabe que me gusta consumir productos locales. Una forma de mostrar aprecio a mis anfitriones.
Te lo cuento porque he abierto la botella a mediodía y ahora te dejo para seguir degustando.

Mi madre
Muchas veces la oía llorar. El matrimonio de mis padres se había basado en la belleza; ambos eran muy guapos y eso solamente mi hermano lo heredó. Chari, así se llamaba mi madre y Juani, su hermana y mi tía, tenían prisa por casarse desde que el abuelo Leopoldo decidió contraer segundas nupcias con Sole.
La intención era dar una nueva madre a unas hijas que habían perdido la suya cuando aún no habían alcanzado la adolescencia. Les tocó cuidarla durante años, luego la guerra y  después 3 años en los que su padre, dormía en la cárcel y solamente salía de la celda para cumplir con su trabajo. Le necesitaban para que funcionara el remolcador. No le pagaban, era un preso.
Chari tenía 17 y Juani quince.
Nunca me contaron cómo se las arreglaron, pero lo hicieron. Intuyo que esta circunstancia influyó en la opción por las segundas nupcias de Leopoldo y eligió la persona que le pareció más adecuada, tras escuchar opiniones y, por supuesto, las de sus hijas.
Buscaba una madre para ellas; desde luego la elegida no era la esposa que él necesitaba. Yo conocí a Sole y puedo afirmar que el abuelo no se casó por amor.
Se equivocó Leopoldo y las relaciones entre Sole y sus hijas eran muy malas. Nadie me ha dado detalles, pero sé que las dos necesitaban ardientemente salir de aquel  infierno y  que, en cuanto mi madre se casó, la tía Juani se fue a vivir con el nuevo matrimonio.
Yo creo que el matrimonio fue por amor, pero de la misma manera que mi padre menospreciaba la inteligencia de mi hermano y la mía, así lo hacía con su esposa.
Recuerdo una noche en que la oí llorar más que otras. Habíamos presenciado la bronca. Chari llegó a las diez y pico de la noche. Estaba guapísima. Lo era y se había esmerado para ir a Bilbao, al estreno de “Lo que el viento se llevó”. Había ido con una amiga y no habían previsto que la película era larga. Ella quería irse, pero su amiga se negaba. Eso y el trayecto eran las razones de la tardanza.
Para mi padre no valían y yo creo que los celos cargaron su furia. Era muy celoso y siempre he tenido la certeza de que mi madre le tenía tanto miedo como yo.
Al jubilarse, mi padre, puso la “empresa” a nombre de su esposa y cotizó por ella, como había hecho por él, como autónoma.
Mi madre soñaba con cumplir 65 y tener, por primera vez dinero propio, al cobrar la jubilación. Como ya he indicado nuestra economía era volátil; había liquidez cuando había y todo funcionaba a crédito.
Disfrutó de su independencia económica hasta los 96 y, al final, mi padre dejó una pequeña herencia que ha bastado para que tuviera una vida y una muerte muy dignas y para que heredemos los hijos.
En sus últimos días tenía tendencia a dormir por el día y luego se despertaba varias veces por la noche, angustiada. Intenté hacer turnos con mi hermana para calmarla. Aquella  tiene un oído muy fino y siempre se me adelantaba. A duras penas conseguía que se fuera a la cama y me dejara ocuparme.
Por el día pagábamos un par de personas para cuidarla, por turnos. La dejaban dormirse. Yo pasaba horas tratando de mantenerla despierta. Ella hablaba de su madre, Juliana. Se fue a los 12 años de su pueblo, Castrillo, una aldea cercana a Riaño, donde, ya he mencionado, tenemos una casa, ahora en venta.
No había pan para tantas bocas y Juliana, con otras mozas, se fueron, a través de los montes, a Bilbao, 90 Kilómetros. Allí encontraban trabajo en el servicio doméstico. Mal tratadas, mal pagadas, pero no tenían gastos y resolvían la supervivencia de sus familias.
Se casó. Se hizo planchadora. Enviudó sin descendencia. Conoció a Leopoldo. Se casaron y tuvieron 3 hijas. La gemela de Juani murió poco después del parto. Desde niña Juliana sufrió de asma, las crisis se producían cada vez con más frecuencia y con más saña, hasta que la enfermedad la llevó a la sepultura.
Me extrañó que en aquellos momentos no me hablara de Leopoldo; él también tuvo que irse de casa, como sus hermanas y hermanos. La madre era británica, belga el padre. Se habían instalado en Barruelo de Santullán, donde el bisabuelo explotaba una pequeña mina de carbón. Tuvieron un montón de hijos. Murió él, ella no podía ocuparse de la mina y de la prole. Se casó con el capataz. No había descubierto la tendencia de éste a la bebida o la agresividad de sus borracheras. Se equivocó la bisabuela. Los beneficios de la mina y esta misma se fueron en alcohol. No había qué comer y había muchas palizas. Los hijos estorbaban; la mayoría emigraron a América. Sé que Leopoldo estuvo, entre otros lugares en Baltimore y en Caracas. Ya he comentado que se hablaba muy poco del abuelo Leopoldo y las razones por las que ocurría así.
Sé que no le gustaba mandar o hacer negocios, que era vegetariano. De hecho murió de cirrosis hepática por falta de proteína, sin haber probado una gota de alcohol. Solamente porque invertía el dinero que debía utilizar en enriquecer su dieta lo utilizaba para dárselo a mi madre y cubrir nuestros altibajos.
Yo quería mucho a mi madre y ella a mí. No éramos de besos y de exhibiciones de cariños. Recuerdo que para su último cumpleaños conseguí un par de reos en Cangas de Onís. Es supuestamente un manjar, pero yo no lo supe cocinar; lo puse como la trucha asalmonada, asado envuelto en lonchas de jabugo. Después supe que había que freírlo.
Mi madre dijo con orgullo:
_         ¡Sabía que no vendrías con las manos vacías!

Mis hermanos
Nos llevábamos muy bien; jugábamos juntos con otros niños de nuestra edad de los chalets cercanos.
Habíamos nacido en el número cuatro de la calle de Santa Eulalia, una zona de Santurzi en la que había 3 chalets; el que ocupábamos nosotros tenía gran jardín en la parte delantera y gran huerto con frutales en la trasera. Teníamos gallinas y perros, casi siempre cuatro. Los vecinos eran más adinerados. Tenían criadas con cofia. Nosotros solamente teníamos una interina que ayudaba a mi madre algunas horas, cuando apenas había electrodomésticos y había que dar cera y brillo a mano en aquella madera noble que cubría todo el suelo menos la cocina y el baño.
Tengo recuerdos vivos del excelente jardín de la preciosa forja de la verja de entrada; estaba todo amurallado y sobre todo de la terraza que servía de entrada a la vivienda. Era de estilo árabe, forrada de azulejos de azules y amarillos que no he vuelto a ver.
Teníamos una cocina de hierro que funcionaba con leña y carbón y que calentaba la caldera para el agua y la calefacción.
Tras la huerta se encontraban las “casas baratas”, subiendo por la calle santa Eulalia se encontraba la “casa grande” y bajando, la de Musiquillo. A unos cien metros, “el callejón”, tres o cuatro edificios. Todos los mencionados eran edificios para clase humilde.
Jugábamos con los niñ@s de los chalets, aunque se agregaban algun@s de las “casas baratas” y del “callejón”. Raramente salíamos del entorno. A mí me llamaban “cascarrabias”.
Mis hermanos encontraron unos días antes, los juguetes que se suponía nos traerían Melchor, Gaspar y Baltasar en la noche del cinco de enero. Habían sido bien ocultados y quisimos mostrar que ya sabíamos que eran los padres quienes los ponían para que los descubriéramos, cuando nos despertáramos el seis de enero.
_         Está bien. No volveremos a comprar regalos para la fecha _  Dijo mi padre_
Cumplió su palabra; yo tenía 3 años y mis hermanos cinco y siete respectivamente.
Me dolió; cada seis de enero tod@s sacaban sus regalos y presumían.
Mis hermanos y yo teníamos que matar y pelar los pollos. Matar me resultaba muy duro. Pelar era fastidioso, pero ya estábamos acostumbrados. Nuestro padre era cazador y teníamos muchas codornices, perdices, becadas y liebres.
Algunas eran para nuestro consumo, pero mi padre traía mucho. Mi madre bordaba la cocina de la caza y los suculentos platos servían para comprar voluntades de poderos@s, entre ellos estaba la condesa de Ruiseñada, que había sido amamantada por mi bisabuela y que mantuvo muy buenas relaciones con la familia, hasta el punto que Fidel, el hermano del abuelo Antolín, fue el administrador plenipotenciario de los condes y murió, en el servicio de los mismos, lo mismo que ocurrió con Dioni, el hermano preferido de mi padre.
Desconozco las circunstancias, solamente sé que la condesa nos recibía como amigos  que la caza preparada por mi madre la ponía, y que conseguía todo lo que mi padre solicitaba, como embarcarle de mozo de cubierta en el Magallanes y facilitarle el transporte de chorizos, armas artesanas de caza de Éibar, brandy… y en una ocasión un organillo con su carro y burro, que llevaba de España y legumbres, harina, medias de nylon, cosméticos… que se traía de América.
Mi padre se buscaba la vida y en esta época había entradas regulares de dinero. Pero pronto se cansaba de oficio y siempre los escogía en el contrabando.
Hemos vivido de todo. Me han quedado algunos  recuerdos: cuando vinieron a embargarnos y se sorprendieron de que mis hermanos y yo asistiéramos impertérritos al registro de bienes a expropiar; incluso les señalábamos lo que habían olvidado anotar. Sabíamos que no se iban a llevar nada.
La impresión  fue más fuerte cuando la policía vigilaba la entrada principal. Nuestro padre había comprado un pequeño y viejo barco de pesca que descargaba pescado y a veces contrabando proveniente de Francia. Había habido un chivatazo. Mi padre tenía que destruir las pruebas. Por eso estaba vigilado. Lo arregló todo. Salió, invitó a sus vigilantes a entrar, cenar y dormir.
_         Así estarán más cómodos para vigilarme _ Les dijo.
Lo estuvieron hasta el punto que no se enteraron cuando mi padre saltó por el muro de atrás, destruyó las pruebas y tuvo tiempo de preparar el desayuno para todos.
No pienso que éstos y otros hechos nos impactaran a los hermanos. Solo mi madre se llevaba buenos disgustos.
El primero en terminar los estudios, era una carrera más corta fue mi hermano. Le embarcó la condesa de Ruiseñada, también en el Magallanes y pronto obtuvo el título de capitán y el puesto en los petroleros de la ESSO donde ganaba fortunas para la época.
Mi padre se hizo promotor de viviendas con la ayuda de los ingresos de mi hermano y gracias a eso nos dejó una herencia.
Éramos los tres una piña. Cuando estaba en segundo curso de Periodismo inicié mis prácticas durante las vacaciones de verano en el correo. El Opus y la censura franquista habían roto mis sueños. Intenté suicidarme. Caí con una buena siquiatra nada adicta al Nacional Catolicismo.
_         Hay dos alterativas, que el paciente termine su vida en un siquiátrico o alejarle, desde ya, de una familia y de un régimen autoritario- Sentencio la doctora.
Mi hermana acababa de terminar su licenciatura de Químicas. Nos fuimos a Lille con pocos recursos y la intención de encontrar trabajo y que yo cursara los estudios de Sociología.
Éramos como una piña.


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