martes, 21 de febrero de 2017

Nuestra cita cotidiana


Mi sexualidad


En mi infancia nos levantábamos a las seis, todos menos mi madre. Disponíamos de quince minutos para arreglarnos y para reunirnos con mi padre en la huerta de la parte de atrás del chalet. Hacíamos gimnasia y, a veces, algo de tenis. Mi torpeza y mis miedos salían a relucir. Solamente se calmaban cuando mi padre se retiraba a prepararnos el desayuno mientras nosotros limpiábamos el gallinero. Pobres gallinas, en esa casa tenían que levantarse más temprano. Eso sí, cuando lo hacían tenían ya preparado un buen desayuno; maíz, trozos de pan sobrante, mondas de patatas y de fruta, sin contar los deliciosos gusanos que asomaban temprano, despertados por pisadas y saltos. También dejábamos su casa bien limpia y desinfectada con zotal.
Después teníamos que lavarnos bien. A prisa, muy aprisa. En el baño no se podía permitir más de unos minutos.
¡Ah la tentación de la carne! En aquella casa era como si no tuviéramos cuerpo. No era por religión, aunque todos cumplíamos con las normas de la “Santa Madre Iglesia”,  para no levantar sospechas. Mi madre rezaba por todos, rosarios diarios, mientras planchaba y preparaba la cena, por la tarde. Los domingos en la iglesia.
Lo del cuerpo era otra cosa. Siempre nos veíamos vestidos y arreglados. No se podía permanecer en el váter más de los minutos necesarios. Tampoco nos tocábamos. Imposible imaginar a mis padres haciendo el amor. Temo que no lo hacían desde mi nacimiento.
Un día mi padre nos condujo  a mi hermano y a mí, al monte Serantes. Empezaba frases que le costaba concluir. Dudaba; a mí me daba más miedo.
_         Ya sé que no es vuestro caso. Seguramente habréis escuchado comentar a vuestros compañeros sobre tocamientos en sus partes íntimas. Tenéis que convencerlos de parar o de cortarse la mano con la que los practican. El líquido que sale es de los huesos y los que abusan se quedan idiotas. Es mejor seguir viviendo, aunque sea manco.
Le costó mucho sacar semejante patraña, pero creo que estaba orgulloso del escenario y seguro de parar nuestras masturbaciones. Las practicábamos y yo, al menos, continué haciéndolo, pero con el sentimiento de la culpa, que fue agravado por mi confesor, unos años después.
Se negó a darme la absolución.
_         Si cada semana te aviso de que ese pecado hace llorar a la Santísima Virgen y vuelves a hacerlo, es porque no tienes arrepentimiento. No te absuelvo.
Continué masturbándome a escondidas. No me sentía digno de comulgar. Una vez por semana, antes de las clases, teníamos que asistir a misa, estaba en el colegio de Santa María, de la orden fundada por Jean-Marie de Lamennais.  Mi tutor se dio cuenta de que no iba a comulgar. Me convocó en su despacho.
_         Es porque en mi casa se desayuna temprano_ fue todo lo que se me ocurrió responder.
_         ¡Paparruchas! Te traes un bocadillo, como todo los demás y así estás en ayunas cuando recibas la carne de Cristo.
A partir de ese día comulgaba, aún a sabiendas de que estaba en pecado mortal.
Tenía una doble vida, bueno, más de doble; tenía que cantar el “Cara al sol”, gritar “Viva Franco” y besar la bandera española cada día. No me gustaba hacerlo. Carecía de ideas políticas. En casa no se tocaba el tema, se respiraba el miedo.
Había visto golpear, arrestar e incluso matar, por hablar euskera, negarse a levantar la mano derecha para cantar el “Cara al Sol”, o a  gritar vivas a Franco o a la unidad de España, o a besar su bandera.
No me gustaba hacerlo o formar filas, que yo siempre encabezaba por mi corta talla. En la familia todos eran altos, excepto mi hermana y yo, me sentía ninguneado.
Bueno, todo esto para explicar los problemas que tenía con mi cuerpo.
La cuestión es que con veinticuatro años era virgen. Estoy convencido de que mis hermanos también lo eran. No es que creyera una palabra del discurso que nos soltó mi padre sobre la masturbación, pero sentía vergüenza al practicarla.
Un día, durante la comida, en el comedor destinado a l@s profesores seglares, una profesora preguntó a otra
_         ¿Sabes lo que desayunan las vírgenes?
La aludida se lo pensó un rato y respondió:
_         No
_         ¡Te creía virgen!- fue la respuesta, seguida de una larga carcajada.
_         Yo soy virgen _Respondí a sabiendas de que provocaría una mayor carcajada.
-         Eso lo arreglamos este mismo fin de semana, te invito a mi apartamento de París- Alexandra me dio su tarjeta y entendí que la invitación era en serio.
Estábamos en un colegio de ursulinas y ella era casada, madame Ispas para todo el mundo.
Alexandra era de origen rumano, consiguió la residencia y la nacionalidad francesa gracias a su amiga desde la infancia, Elisabeth de Brancovan Brivesco, a quien nunca he escuchado mencionar su título de princesa . Alexandra se había separado de uno de los más famosos actores rumanos y se había venido a vivir con Elisabeth. Ambas hablaban correctamente francés, alemán y ruso y, por supuesto su lengua materna. Elisabeth, a quien no se había permitido terminar sus estudios en Bucarest, usaba en Paris sus conocimientos lingüísticos para lograr pequeños trabajos que le permitieran continuar sus estudios en Ciencia Política; ella y su familia eran rojos y amantes de su tierra; razones que molestaran especialmente a Ceausescu.
Claro que fui a Paris dispuesto a perder mi virginidad. Durante la cena tuvimos una conversación como si nos conociéramos durante años y la hora de retirarnos a dormir llegó mucho antes de lo esperado. Se me asignó un cuartito para invitados y nos dimos las buenas noches.
Alexandra no me había invitado a su cama y yo había venido a lo que había venido, sin menosprecio de la excelente velada, tan entrañable como durable.
Esa era la razón por la que tuve una dura lucha para reclamar lo prometido. Reuní fuerzas y lo hice.
Alexandra no mostró sorpresa o inconveniente alguno. Solamente me advirtió:
_   No quiero quedarme embarazada o usar preservativos. Tienes que sacarla antes de empezar a correrte. No te hagas ilusiones, tengo mis amantes que me satisfacen.
Fue así. Lo hice con miedo. Me corrí fuera. Me dio un pañuelo de papel para que me limpiara, me mandó al baño para limpiarme y me dejó claro que no volviera, ya estaba hecho.
La cosa no quedó allí. La profesora de gimnasia había escuchado la conversación en la que confesé mi virginidad. Ya lo era a medias cuando nos encontramos solos.
_   Si no te parece mal, esta noche la pasamos juntos en Lille.
No era mi tipo, me parecía muy bruta. Había, sin embargo, dejado las cosas a medio hacer. Conseguí que un amigo me prestara  su habitación, para no incomodar a los Knocker, compré un par de botellas de vino barato y cigarrillos y me dispuse a completar la labor.
Aquí sí que había preámbulos que me dejaron los labios abultados e interminables post actos que me agotaban, sobre todo cuando teníamos que levantarnos a las cuatro de la mañana para llegar a pie a la estación, la circulación de autobuses empezaba más tarde  de la salida del tren  que nos llevara a Arras, donde teníamos que esperar casi una hora para que abrieran las puertas del colegio. Si cogiéramos el siguiente tren ya había autobuses, pero la llegada era media hora más tarde de que empezaran las clases.

Mayo del 68
Burdieu ya había dejado Lille, en su lugar teníamos a Baudelot. Ha sido uno de mis mejores profesores, y amigo. Me inició en Althusser y consiguió que en Economía Política nos ocupáramos del III tomo de El Capital.
Descubrí un nuevo mundo. Me afilié al Partido Comunista Marxista Leninista y  vivíamos, con sana envidia los acontecimientos de Paris.
En los estudios me iba muy bien. Tenía las mejores notas en Sociología y en Economía Política. Fallaba en Estadística. La profesora era muy desagradable, tomaba el horario de la siesta, de 13,30 a 14, 30 y no nos dejaba usar calculadora. Yo continuaba sin saber hacer raíz cuadrada.
Lo que importaba es que Lille saliera a la calle. Nos pusimos un grupo a las puertas de la Facultad, al objeto de impedir la entrada a la misma. Éramos poc@s y temíamos que nos partieran la cara.
No fue así, compañeros y compañeras se añadieron a nuestro grupo. Ya no éramos cuatro locos y l@s que se ponían a nuestro lado cada vez eran más. No tardó en declararse la huelga de estudiantes y de obreros. Lille se había puesto a la altura de París, incluyendo las barricadas y la ocupación de la universidad, los teatros y lugares apropiados para los debates y espectáculos que se sucedían durante las veinticuatro horas.
Estaba de huelga activa; era de los que ocupaban fábricas y participaba en huelgas de hambre, pese a que de Gaulle hizo pasar ante nuestras narices las fuerzas de su ejército desplegadas en Alemania,  y a que sufríamos de desabastecimiento.
Pasábamos a diario a Bélgica y volvíamos cargados de productos de primera necesidad y de cigarrillos. Todo lo que podíamos, con el dinero que habíamos recaudado y que cupiera en los pequeños vehículos que disponíamos.
Las ursulinas mantenían las clases, como era normal en un colegio tan elitista. Habían justificado mi ausencia por la huelga de trenes. No era mentira, puesto que desde mi accidente no había vuelto a utilizar el coche. No podía borrar de mi mente la imagen del atropello y sentía en mis carnes el  desgarro  que no había sentido el día del atropello.
Era algo peor; veía las víctimas incrustadas en mi parabrisas y sentía el desgarro de carnes que podría causar.
Era muy cómodo. Estaba de huelga y cobraba mis nóminas como si no hubiera desertado a mis obligaciones. Dentro de mí había un griterío que afeaba mi traición. Fui a Arras en autostop, me presenté en la clase que me correspondía y comuniqué a las alumnas que yo también estaba de huelga.
Fui aplaudido. Mére Bernardette Josephe no me impidió hacerlo. Era una mujer que tenía mucho respeto por las decisiones que tomábamos los demás. Se limitó a advertirme:
_   Me pones en un aprieto. La huelga de trenes te salvaba y permitía que hicieras tu huelga. No tengo excusa si lo anuncias y los poderos padres de nuestras alumnas me pedirán tu cabeza. Creo que podré conservarte hasta que termine el curso, otra cosa será renovarte el contrato el próximo. No creo que me lo permitan.
Sentí que ambos nos quedábamos en paz y un cierto orgullo en mi interlocutora, que añadió.

_   Eso sí; es necesario que te vayas cuanto antes. Cuanto más rompas más difícil será la reparación.

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