domingo, 25 de junio de 2017

Nuestra cita cotidiana


Mi abuela Guadalupe  y mis trabajos
Hoy en la mañana entré al twitter de Carlos, él, inspirado en  su rutina matutina  escribió “Yo no pienso renunciar  a las  fuerzas  tuyas que necesito o a ofrecerte las mías que necesitas”          
Este mensaje de 17  palabras reúne para mí lo que debería ser “la cultura ciudadana  y  de la que ahora   estamos huérfanos” ¡Que diferente sería  el mundo  si lleváramos a la práctica pensamientos  así!
Un día como hoy,  22 de junio de 1990, en el pueblo  La Tendida, en la finca de mi tía Herma, hermana de mi madre, de unos cincuenta  años,  descubrí  una señora de  unos 80. Era  delgada y elegante. Dormía  en una hamaca  atada a un árbol de mango.
 Mi tía me  llamó para  enseñarme la habitación que usaría por dos semanas. Mi madre había decidido que mis vacaciones universitarias, las pasaría por primera vez con su familia.
A la hora de la cena, ayudaba a mi tía a preparar la mesa, esa señora misteriosa se sentó en la mesa sin pronunciar palabra, pensé que era muda. La saludé
-         Mi nombre es Iris - No respondió-
Mi tía sirvió unas arepas fritas con queso de mano y zumo de papaya, encendió la televisión para ver su novela, indicó que no habláramos; no quería interrupciones. Cenamos las tres sin mediar palabra. Me sentí incomoda y me  retiré pronto al  aposento.
Al  siguiente día, Carlos, mi primo quien construyó una casa al lado de su madre, me invitó a pescar al río. Gustosamente acepté. Al salir, esa señora sin nombre yacía otra vez en la hamaca. 
Mi Primo rompió el silencio
-         Pórtese bien pita,  no le agarre gusto al chinchorro (hamaca)
 Aproveché para comentar:
-          Ella  es muy callada, anoche no dirigió palabra 
El primo me ofreció una sonrisa resignada antes d contestar:
-         La pita siempre ha tenido el genio torcido, no te preocupes.
Pescamos 5 cachicamos. De vuelta,  al mediodía, la extraña vieja,  dijo en tono cascarrabias
-         Denme esos pescados que los voy a cocer;  no a gas, a leña,

Encendió el fogón de leña, preparó un aderezo de sal, orégano, ajo y pimiento licuado, los envolvió en hoja de plátano y asó.
A mí se  me ordenó hacer una ensalada de aguacate. En el almuerzo
la tía agradeció:
-         Mamá ese pescado es una exquisitez, gracias
Quedé estupefacta esa vieja elegante, gruñona y poca habladora, era mi abuela.
Con cara de asombro pregunté:
-         ¿Eres mi abuela Guadalupe? ¡Qué alegría conocerla!
Ella respondió sin apenas inmutarse:
-         Muchacha pá pendeja, ¿cómo no ibas a saber que yo soy tu abuela?
Refuté sin reproche
-          ¿Cómo lo iba a saber? Nadie   nos presentó y usted no me habló
Me levanté la abracé  y le di un beso
Ella se apartó:
-         Además de pendeja, pegajosa como las Pérez
-          ¿Abuela por qué usted nunca  nos visitas. ¡Han tenido que pasar 16 años para encontrarnos!
La respuesta me dejó helada:
-         Como te pareces a las Pérez, de nosotras no heredaste nada.
Los comentarios de Guadalupe  eran   inapropiados y colmados de inquinas hacia la familia de mi padre. Al día siguiente  preparó una maleta de mano y se  fue a visitar una amiga en Coloncito,  a 10 Km del poblado. Me sentí decepcionada, me prometí no llegar a los 80 como ella; seca, sin casi humanidad. Jamás volvimos a coincidir.
En 1998 mi abuela  ciega, falleció por un accidente cerebro vascular. Yo no asistí a su funeral; mi madre aún me lo reprocha.
 ¿Cómo  la abuela se podía irritar con las carantoñas de su nieta?
Sí, su alma era un trozo de hielo ¿Por qué mundos de sufrimientos  transitaría esa mujer que paralizaron su esencia?

En la  catarsis de Carlos hay episodios en el que narra  cómo se ganó la vida en Francia, Inglaterra, Irlanda, España, Marruecos. Yo me sentí identificada.
A mis catorce años tuve mi primer empleo; en el último de bachillerato, el profesor de física  y matemática había suspendido a más del 80% del alumnado. Así que monté un curso pago intensivo de verano, daba las clases en un aula del  Instituto Ramón Velásquez. Ese julio y agosto me gané un pastón, mis compañeros y alumnos aprobaron y obtuvieron su título de bachiller.
Siempre he sido una dama coqueta y femenina, lo que  implica gastos adicionales. En la Universidad mi padre cubría los costes básicos de estudio, pero no mis vanidades de mujer.
En el comedor de la Universidad se solicitaba un limpiador de mesas y suelos  para trabajar al mediodía. Me presenté y me dieron el empleo, sufragaban por horas. Limpiaba el comedor y en seguida asistía a las clases, permanecí dos semestres  en ese oficio.
Diseñe tarjetas como profesora particular de matemáticas, algebra, física y estadísticas. Las repartía a las afueras de los  Institutos y de las Universidades, hice una importante cartera de clientes.
Por dos años me dediqué a comprar joyas  de oro en Colombia y a revenderlas en Venezuela.
En el  área    de fotocopiado de la Universidad faenaba un  par de horas  todas las noches.
En las vacaciones de verano laboré como recepcionista en un importante hotel de San Cristóbal, algunos  huéspedes  hacían propuestas de cama, yo les entregaba  un papel con la dirección de los puticlub de la zona, por eso me despidieron.
Por tres años en  los fines de semana me dediqué al oficio  de encuestadora  de marketing para empresas privadas.
Trabajé en la taquilla del cine, de dependienta de zapatos, en una pizzería, hamburguesería y tele operadora, siempre en las vacaciones de curso.
Uno de los trabajos más cómodos que he  hecho es cuidar hogares, cuando sus dueños viajaban, mi compromiso dar de comer y pasear el perro, regar las plantas y disfrutar las casas.
He diseñado diversos estudios de ing. industrial para fábricas públicas y privadas

Desde  el 2007 me he dedicado a   asesorar  de forma paga tesis doctorales, profesora de Universidad en Venezuela y España, he participado en la restauración de  casas antiguas y he  asumido cargos políticos de responsabilidad.

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