Me pedía que escribiera su historia y había prometido
hacerlo cuando sacara mi plaza.
-¡Moriré antes!-Dijo-
Fue una de las primeras víctimas del SID A. Sus fiestas
habían sido muy concurridas y promiscuas; al sepelio solamente acudieron dos
personas, su último compañero y la hermana de éste.
Yo no estaba: había aprovechado las vacaciones de verano
para encerrarme en la biblioteca de la Sorbona para conseguir material para
preparar mi oposición. En aquella época, en mi universidad, carecíamos de todo.
Tenía que aprovechar mi última oportunidad y dos hechos: las muertes de la tía
Amalia, que me dejó una herencia de 113000 pesetas y la de la abuela de Françoise,
cuya casa me fue prestada por los
herederos mientras encontraban comprador.
No trato de justificarme y de hecho, a mi regreso, siquiera
fui a visitar su tumba. No soy de símbolos o banderas y me sentí aliviado con
la noticia de su muerte. Había dejado de sufrir. Sí sentí y sigo sintiendo el
peso de mi deuda. Deuda consentida más que otra cosa… Él parecía tenerlo muy
claro y aferrarse a su conquista. Me creía capaz de escribir su vida y quería
divulgarla. No es mi caso; sí podría describir una parte que conocí del
personaje. Yo para él era el autor de la historia de su vida y aunque no me dio
sino pequeños retazos de su pasado, intuyo que hay elementos interesantes en
esas confidencias que surgían entre
canutos: nacido en Colonia, Uruguay, hijo de pequeños comerciantes y prometido
desde su adolescencia. Era gordito y no le gustaba aquello. Nunca me contó cómo
salió, llegó a España, entró en el “Arriba”, logró nacionalidad española, se sofisticó
y fue asimilado como funcionario en el ministerio de Trabajo, a la desaparición
del ministerio del Movimiento. Me contó que había logrado perder el montón de
kilos que le sobraban a puro régimen y que ya no había tenido que preocuparse
más por su silueta. Muchos y muchas temblaron en Las Palmas cuando se supo que
tenía el SIDA- Yo me sentía tranquilo por ese lado; nunca habíamos compartido
amoríos o ligues. Tampoco puedo tratar sobre su sexualidad, excepto, como en el
caso de su pasado, por los fragmentos que me contó y que dejó de contarme ante
mi desinterés.
Hace ya unos años, en una reunión con algunos miembros de
una famosa cooperativa de autoconstrucción de viviendas, en Montevideo, conocí
a un compañero de Colonia que conocía a
la familia de Ensio. Esta circunstancia me permitió dejar su imagen a la altura
que él quería, ante su gente. No me
animo a escribir su historia, de hecho creo que él mismo lo presentía, cuando
dejaba enormes espacios en blanco entre sus escuetos retazos. Serían
suficientes para una historia, pero ésta no sería la de Ensio.
Permítaseme este homenaje que no es sino un retazo. ¿Por qué hoy? Las circunstancias y la saga de
los Saloppe, que me escapa. Tengo que continuarla y estos días, por las
circunstancias, estoy un poco alejado. Me consuela la escritura de esta entrada.
Carlos, de nuevo nos demuestras tu maestría al homenajear a alguien que esperaba de ti que escribieras su historia y tu, sin escribirla, has agasajado su memoria con la sencillez y solemnidad que encierra una amistad no defraudada. Bravo Carlos.
ResponderEliminarGracias, Alberto, aunque tarde. No había visto este comentario. No es maestria, es gratitud
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