viernes, 27 de febrero de 2015

El síndrome de Pigmalión

La leyenda del rey de Chipre, quien, desesperado porque no encuentra mujer que corresponda a su ideal, plasma el mismo en una estatua, ha tenido muchas “lecturas” y “escrituras”, pero las elaboradas por los ” entendidos en la mente”, me han llamado más la atención. Dejo de lado la egolatría y el fardo de lo subliminal, así como el impacto de la castración y la condena a una eternidad de pérè/Versus. En efecto, la creación está impregnada de “síndrome de Pigmalión”, en la medida en que concentramos nuestros esfuerzos en las obras y las últimas tienen un gran poder sobre nosotros. Sin embargo, aquéllas no nos pertenecen, como ocurría con la estatua esculpida por el rey de Chipre. Son de la audiencia. Tampoco podemos tener con ellas relaciones amorosas; están en nuestro futuro o en nuestro pasado y en ambos casos conviven con el pasado y el futuro de otros proyectos. No buscamos encarnar nuestra obra para nosotros, sino para otros; nosotros sabemos que es una ficción. La parte que me inquieta es la inversión en la creación, porque, en efecto, ésta requiere de un gran esfuerzo. Nuestras obras, estén en fase de pasado o de futuro, están y la audiencia las juzga. Los creadores estamos atrapados en ese “juicio” y lo más desesperante es que se imponga el “secreto de sumario”. No niego las perspectivas de otros síntomas, mi mirada se ha centrado en el esfuerzo y en el desajuste que puede producirse entre éste y la recepción de la obra. Hay teorías en esta perspectiva, pero no quita que puede ser un proceso doloroso y que puede dejar secuelas, principalmente en la autoestima, porque, a fin de cuentas, una gran parte de nosotros, depende de lo que nos hayamos invertido y está en juego. Otra cosa que nos diferencia del rey de Chipre es que nuestra obra no se agota en la estatua, porque, como he indicado, la nuestra se sitúa en el pasado o en el futuro, nunca en el presente, porque, cuanto más nos hayamos invertido, más cansados estaremos para mirarla en el presente y necesitamos energía para la siguiente. Mientras se imponga el “secreto de sumario” no podremos comprobar si hay o no equilibrio entre inversión y recepción, pero la última, lo sabemos, no es inocente. Tenemos que seducirla. No soy o quiero ser el rey de Chipre, pero tampoco una voz que clama en el desierto. Ese es mi síndrome de Pigmalión.

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