¡Imagina!
¡Ojala volvieran los Bob Dylan, los Beatles, John Lennon, Antonio
Flores y tantos otros, que clamaban en las “ondas” que otro mundo era posible! Ahora todos los escenarios
pintan a bastos, aunque existan razones para afirmar que pinta a copas: veamos
como ejemplo el asunto griego.
El gobierno de Tsipras logró paralizar la
suspensión de las ayudas de emergencia en liquidez (ELA), con que le penalizó
el BCE, el 24 de septiembre. Le bastó con denunciar que se estaba produciendo
un golpe de Estado proveniente del poder financiero. Se volvió a abrir el grifo
y el Banco de Grecia tiene cobertura
para ayudar a los bancos griegos, que se encuentran en una emergencia agravada
por la fuga de capitales. Así lo entiende el BCE, que ha aumentado el monto de
estas ayudas, argumentando la gravedad de la situación y proclamado, el pasado
quince, que la institución debe acudir en ayuda de un Estado miembro que se encuentra
al borde del abismo; que es el caso de
Grecia, mientras duren las negociaciones en proceso. La proclamación se produjo en respuesta a los
reparos a tal generosidad, expresados por el presidente del Bundesbank.
Es un avance, no había precedentes de
esta actitud en la institución. El BCE no fue tan generoso con Irlanda o
Chipre. Jean-Claude
Trichet entregó ambos a la Troika.
Lo
que se nos presenta como tragedia griega no es tal como la cuentan. El
alargamiento de las negociaciones no es necesariamente un mal síntoma. Jacques
Chirac ha presumido siempre de haber confrontado a sus homólogos comunitarios,
cuando él era ministro de agricultura, durante siete días y siete noches, para
contentar a unos campesinos franceses furiosos. No fue una proeza puesto que el
gobierno votado por los griegos lleva ya cinco meses de negociaciones.
La
tragedia griega que nos presentan los “hacedores de opinión” tampoco es tal,
puesto que el dimitido pero aún responsable de Economía del FMI, Olivier
Blanchard, el “mago” de las terapias a la actual crisis, admite que falta por concretar los baremos que
permitan evaluar los ajustes que deben exigirse a los griegos y los esfuerzos
de los acreedores públicos. Hay margen pues.
Blanchard sabe
perfectamente que la terapia de los recortes impuestos a Grecia en mayo de 2010
ha tenido unos efectos negativos muy superiores a los previstos por el FMI. Así,
en vez de la reducción descontada de 5% de PIB para el primer año, la caída
alcanzó el 25% y pese a las previsiones de mejoría para los años posteriores,
la situación no cesa a agravarse.
Los axiomas del
señor Blanchard sobre la eficacia de sus medidas a medio y largo plazo parecen
difuminarse. ¿No sería el momento más adecuado para concretar lo que el “mago”
considera inconcluso?
No necesitamos
soñar para ver otros espectáculos que están ahí, ante nuestras narices, pero
que no vemos porque nos lo impiden los focos.
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