sábado, 4 de julio de 2015

Mi artículo de la semana

Hablemos de Europa

España conmemoró el 25 aniversario de su adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea (1986) proclamando que en el periodo había recibido de la institución el doble de lo anualmente aportado (1,24% de la Renta Nacional Bruta). No lo niego. Me inquieta el uso de esos fondos y lamento que se ignoren las cláusulas del contrato: las privatizaciones, los topes de producción,   las restricciones a productos… y el imparable aumento de la deuda.


Desde mi más profundo europeísmo, lamento no compartir proyecto con la UE, porque no ha controlado la inversión de unos fondos que pertenecían a los ciudadanos que representa la institución, pese al alarde que España ha sido receptor histórico de fondos de solidaridad y que habían transcurrido veinticinco años, tiempo sobrado para establecer mecanismos de control. La corrupción, la megalomanía y los grupos de poder han sido  receptores de esos fondos y el resultado me parece un argumento.  Basta recordar que los grandes receptores de los fondos PAC son los latifundistas.
Las concesiones que hemos tenido que hacer a nuestros socios invalidan cualquier proyecto de solidaridad. En efecto, no parece, por ejemplo, ayudar al desarrollo español imponer un cupo de producción de leche inferior al consumo estatal del producto.
El aumento de nuestro endeudamiento no ha parado desde 2005 (36,3% del PIB); 69,3% en 2010, a pesar de las ventas de nuestras empresas públicas. No tengo la impresión de que esta pérdida patrimonial haya sido tomada en consideración en el cálculo de beneficios obtenidos por nuestra adhesión.
Las  concesiones a nuestros socios han perfilado nuestro modelo económico, pero, como he indicado, el proceso  se ha realizado en un proyecto en el que priman intereses de terceros: los Estados que controlan la UE, los “magnates”: se filtra la corrupción y  aumenta la deuda.

Hace un tiempo que publiqué en este mismo medio “El encanto de la deuda” y en efecto, las instituciones europeas, desde nuestra adhesión a las mismas, han disparado nuestro endeudamiento y nos han incrementado  el encanto de la deuda, la corrupción y el desmantelamiento de  tejido productivo: tenemos una economía que produce paro endémico. Somos más dependientes, pese al discurso oficial de “Hablamos de Europa”, que tanto se saca en el contexto de la grave crisis griega.

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