miércoles, 17 de febrero de 2016

Nuestra cita de los miércoles


Brigitte



Siempre he odiado a mi madre porque que me “vendió”, a los 16 años; pero los 12 años de casada han sido, sin duda, los más tranquilos de mi vida. Mi marido tenía cuarenta, pero estaba muy bien conservado. Era teniente coronel.
-¡Eres una niña tonta!-Me había gritado mi madre sin piedad- No hay para medias.
Ella las vendía, en estraperlo; tenía casi de todo y en el fondo, pese a la guerra que habían iniciado los moros contra nosotros, tan argelinos como ellos o más, vivíamos muy bien, gracias a los excelentes contactos de mi progenitora con el ejército.
Esa era su canción preferida; privarme de todo y mostrarme que lo tenía al alcance de la mano: dejarme seducir por Pierre Joseph. En realidad lo hubiera hecho de buen grado: me atraía y era muy consciente de que podía darme una vida mucho mejor de la que me esperaba.
Tardé tres días en dejarme convencer, dos meses en quedarme preñada y una semana para casarme con gran pompa en la catedral de Orán. Los primeros años fuimos muy felices, aunque tuvimos que abandonar Argelia. Nunca se lo perdonaré a de Gaulle.
Las cosas empezaron a funcionar mal cuando Pierre Joseph pasó a la reserva y teníamos que aguantarle en casa. No es que yo tuviera problema alguno. Tenía una interina para las grandes limpiezas y sabía organizarme para tener todo al gusto de mi marido y mantener el ritmo de vida que corresponde a la esposa de un general, puesto que Pierre Joseph había sido ascendido. Él estaba realmente orgulloso de mí y yo gozaba en mi papel y con el sexo, que en raras ocasiones hacíamos en la cama.
Tuvimos dos hijos, Pierre, en 1957 e Isabel, nacida en el 60. Aquí me paré, pese a que mi marido quería una familia numerosa. Él nunca lo supo, pero recurrí a un ligamento de trompas, pese a que entonces creía en las ansias de paternidad de mi pareja.
Así lo parecía cuando pasaba poco tiempo en casa. Yo había educado a mis hijos para que fueran adorables con su padre, cosa que no resultaba difícil los ratos que estaba entre nosotros. Otra cosa fue cuando lo teníamos todo el tiempo entre las piernas. Yo sabía capeármelas. No así Isabel  y después. , siempre he creído que bajo la influencia de su hermana mayor, Pierre. No tardaron en detestarse y el general hizo uso de su rango.
Descubrí con horror que no era hijos lo que quería, estaba dominado por la fiebre de perpetuarse  y completamente decidido a imponer su santa voluntad. Para algo sirve la academia miliar.
No podía presenciar indiferente tal atropello; mis hijos no serán “formateados” y programados por su padre. Tenía que usar mis recursos para evitarlo. No me había planteado dejarle; estaba satisfecha, teníamos una vida cómoda y me resultaba fácil desarmar al militar. El conflicto entre éste y mis hijos se me escapaba de las manos. Pierre no quería ir al internado elegido por su padre para preparar la entrada en la academia militar. Isabel no paraba de proclamar su pacifismo, pese a los castigos y airadas amenazas que profería su padre. Era un infierno y cada vez tenía menos margen de intervención.
Pronto tomé el bando y el odio de mis hijos. No podía soportar al tirano. Nuestro hogar se transformó en un campo de batalla y él se refugió en las putas y en el alcohol. Nada bueno para cualquiera de nosotros.
Llegué a un acuerdo, un buen acuerdo; recibía una pasta, el divorcio y la custodia. Aceptaba  el hecho que la cantidad recibida cubría la totalidad de mi demanda. En aquel momento estaba dispuesta a renunciar a todo. Me consideraba generosamente compensada. Aún mejor, liberada de alguien a quien había llegado a odiar tanto o más de lo que lo hacían mis hijos.
Nos íbamos a nuestra querida África de la que nos sentíamos despojados. Teníamos pasta suficiente para montar un negocio y vivir como reyes. Optamos por Dakar, la última ciudad africana en la que habíamos vivido.
Empezamos con poco. El comercio menudo con Las Palmas. Volábamos a la última una vez por semana. Llevábamos artesanía y traíamos lo que pedían nuestros clientes senegaleses. Pasamos unos buenos añitos. Las cosas podían habernos ido mejor, pero no iban del todo mal, contando con los gastos que me suponía la educación de mis hijos en caros colegios franceses.
No sirvió para gran cosa, ninguno de los dos sentía interés alguno por los estudios  y tuve que contentarme con la educación secundaria, sin más. Yo creo que los tres guardamos muy buenos recuerdos de nuestra estancia en Dakar, pero tuvimos que irnos…
Pierre es tan visceral como su padre y se metió en una banda de la que he querido saber muy poco, inspirada en el Ku Klux Klan. Mis hijos, desgraciadamente, no son muy inteligentes. No paraban de meterse en líos, hasta que tuve que recurrir a influencias y a dinero para poder sacarlos, sanos y salvos de Senegal.
Nos instalamos en Las Palmas y nuestra “fortuna” se fue espumando; por gastos poco controlados y sobre todo por depositar mi confianza en un hijo de puta que me propuso un excelente negocio que resultó una ruina. Nunca hubiera yo pensado que llegara a dejarme embaucar por un hombre, pero lo hice.
Isabel y yo hemos logrado salir adelante, pero Pierre se enroló en la legión francesa y pasamos unos cuantos años sin saber de él. Ahora tenemos contactos y sé que es feliz.
¡Aquellos maravillosos años! Aún queda; como mi madre decía “Quien tuvo retuvo” y me busco la vida ¡Si no fuera por los problemas que me está acarreando el blanqueo! Felizmente tengo una buena abogada de oficio, pero la justicia no parece querer ver que alguien me traía las tarjetas y que yo no sabía que lo que cargaba era dinero negro. ¿Por qué hubiera tenido que saberlo?
La cosa pinta muy mal para mí; los políticos parecen haberse librado, pero yo sé que José puede ayudarme. Manolo, el ex concejal que me metió en el lio, en el fondo, no es mala gente. Quiere vengarse de un partido que le ha dejado tirado.

Está dispuesto a tirar de la manta, dinamita para la oposición, para la que trabaja, en negro, José. No me ha gustado la negativa a recibir a Juancho, mi pareja, pese a que éste ha dejado ya la droga. No lo he tenido muy en cuenta; José y yo siempre hemos sido amigos muy leales y aunque no me pega su actual intolerancia, sé que me ayudará.

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