miércoles, 9 de marzo de 2016

El capítulo de hoy

José



La vida es curiosa. He tenido que esperar un montón de años para conocer a un Alain con quien coincidí, en Sociología, en partido y en Lille, en la movida del 68. Es, sin embargo, una de esas almas gemelas que uno encuentra raramente en la vida.
¿Por qué no nos encontramos entonces? Es fácil de explicar;  Alain era uno de los privilegiados que tenía a Bourdieu como director de tesis y solamente venía a Lille para ofrecer trabajos prácticos del profesor más admirado y temido por los alumnos de licenciatura, que era mi caso. Yo no estaba en su grupo, aunque había escuchado alabanzas del negro y sabía que compartíamos partido.
No pertenecíamos al mismo mundo y en aquella época el entorno del profesor se situaba en las “alturas” marcadas de rituales. La tarima estaba muy alta, sobre todo para los que teníamos que sentarnos en el suelo, porque no había asientos para todos.
Recuerdo que en la primera clase, alguien formuló una pregunta a Bourdieu y en unos momentos sus “cohortes” pusieron en nuestras manos 10 páginas de bibliografía que teníamos que consultar antes de asistir a la próxima clase. Alain era uno de ellos.
Yo estaba acojonado; no había entendido nada, pero tampoco disponía de tiempo para leer una bibliografía de difícil acceso. La librería tiene un número de ejemplares de las obras, pero por supuesto,  no son suficientes, ni de coña, para que más de un centenar podamos consultarlos en una semana.
Es muy difícil que alguien sin la mínima formación en sociología entendiera un discurso sociológico tan complejo  como el de Bourdieu. Eso no se planteaba en la elitista universidad francesa de la época. Para obtener la licenciatura era necesario obtener 4 certificados, entre ellos Sociología General. No se nos ponía límite de tiempo, pero el número de aprobados no superaba la decena. Estar en la universidad era un privilegio que habíamos adquirido al pasar la propédeutique, muy selectiva y que limitaba la obtención a dos años. Los que no lograran obtenerlo en este tiempo, estaban excluidos por 10 años de la Facultad.
¡Qué tiempos aquellos! Me costó mucho conseguir los libros y mucho más digerirlos. Mientras tanto, Bourdieu seguía como si todos hubiéramos cumplido su mandato. Estaba muy perdido y siquiera podía asistir a todas las clases, tres días por semana ejercía de profesor de español en un colegio de Ursulinas.
No me codeaba con Alain, que formaba parte de la élite, ya estaba en el doctorado  de tercer ciclo cuando yo me veía tan lejos de asimilar la inmensa bibliografía que nos pedía Bourdieu para que pudiéramos comprender su discurso.
Sin embargo, tanto Alain como yo, recordamos la época como “aquellos felices años, pese a que entonces él perdió sus papeles y yo me tuve que volver a España para someterme al servicio militar.
Fueron tiempos felices, sí. Pretendíamos cambiar el mundo, algo hicimos, mucho menos de lo que habríamos esperado y muchos pagamos muy cara nuestra “travesura”.  Cayó de Gaulle, pero el gaullismo más corrompido salió triunfante, La candidatura a la presidencia de la República de Pompidou superó los votos que había obtenido el general en las elecciones precedentes. También en la época se inició el ascenso al poder de Reagan y del neoliberalismo. En cuanto a Mao, la deriva de China es suficientemente expresiva.
No lo pagué, a fin de cuentas, tan caro. A mi gran sorpresa, mi padre logró explicar la situación al responsable de la caja de reclutas que me correspondía. Se me ha quedado grabada la escena.
-¡Esta gente- nuestro interlocutor se refería al cónsul de España en París. Tenía en la mano el documento que me negaba mis derechos como residente en un país limítrofe- son los que encienden la hoguera de la revolución!- lo rompió en mil pedazos para descargar su rabia- En eso no puedo intervenir, pero si me das argumentos puedo declararte inhábil.
Dicho y hecho. Un amigo siquiatra me hizo un certificado que el militar consideró como válido. Regresé a Francia, pero había perdido mi trabajo, yo mismo me había despedido, convencido de que estaba condenado por el servicio militar. Las Ursulinas de Arras me encontraron trabajo en un colegio de Vire, Normandía, lo tenía muy mal para continuar mis estudios en la universidad más cercana, Caen…
En el 69 me fui a Paris y allí volví a vivir un sueño en la recién creada Universidad de Vincennes Paris 8. Fueron muy buenos tiempos, sí. Me podía permitir continuar mis estudios en una universidad de élite, pero no elitista, hice trabajos diferentes que me permitieron concluir mis estudios y fui muy feliz.
En el 71 me fui a Marruecos como profesor de español en un instituto. Allí viví, asimismo, una experiencia intensa. Fue un año de huelga en universidades e institutos. Estaba de acuerdo con los huelguistas y nos ponían a los profesores entre estos y la pasma.
La experiencia no fue una simple anécdota; formaba parte de los fichados y no pasó nada gracias a la obstinada defensa del director del instituto y del vicecónsul francés. He tenido suerte de encontrar inesperados protectores, en mi vida.
Tenía que irme de Marruecos, pero no quería instalarme en España; encontré trabajo en Reino Unido y pasé tres años en Londres. De allí me fui a San Francisco. En ambas ciudades viví momentos históricos, pero no llegaba a echar raíces. Era bohemio y necesitaba cambiar y cambiar y no ocurría así porque buscara el “paraíso terrenal”.
Terminé regresando a España, buscar trabajo y tramitar la aceptación de los títulos que había obtenido. Me lo ponían todo muy difícil: para opositar necesitaba el reconocimiento de las titulaciones y éste requería tiempo y encontrar una universidad española que plasmara con sus títulos el reconocimiento del ministerio de que los que yo presentaba cumplían los requerimientos. Es así como poco a poco fui construyendo mi pequeña empresa para traducciones entre el castellano y el inglés o el francés.
Sobrevivía apenas y con paciencia logré mis titulaciones españolas y me presenté a todas las oposiciones que pude, para nada. No sé por qué me quedé. Estoy convencido que lo hice por cobardía, en realidad no soy de ningún sitio…
Alain ha sido un bálsamo para mí. Me ha hecho revivir aquellos maravillosos años, me ha liberado de las presiones de Ana y nuestra pequeña empresa de traducción ya no es una simple tapadera. Pero hay muchos peros…
Ana y él tienen mucha complicidad. ¿Estoy celoso? No lo creo así. Más bien me siento liberado y puedo aplicarme más a mi trabajo. La cuestión es que, realmente no lo quiero hacer. No he sido capaz de verlo hasta que han desaparecido las presiones que me servían para justificar mi malestar.
Estoy cayendo en un pozo cuyo fondo no puedo prever. Hasta ahora me había montado una historia en la que había atribuido el protagonismo a Ana, pero ella no tenía nada que ver; era yo quien me estaba pringando.
Soy de los que creo firmemente en la economía social y solidaria y por ello me esforcé en formarme y en doctorarme en la materia. Lo conseguí pero no me ayudó para nada en las oposiciones. Mis conocimientos han sido descubiertos en las traducciones. Miren Edurne nunca me ha dicho a quién representa, pero sus encargos siempre están relacionados con Corporación  Mondragón.
Siempre he admirado una cooperativa que profundizó sus raíces ante las iras de Franco y se consolidó como uno de los motores del desarrollo español y me sentí halagado cuando recibí la oferta para trabajar, aunque fuera en negro, para un proyecto que es un ejemplo mundial para la economía social y solidaria.
Para eso me quería; sabía que era un convencido y que era muy capaz de mantener el referente. Lo fui durante un tiempo. No me puedo considerar víctima del mito que ayudé a mantener. Acallaba mi mala conciencia por el hecho que la corporación estaba condenada a crecer y que no le quedaba otra que agarrarse a las chapuzas que fortalecen a su competencia. No impide que me repugnaban, pero las ignoraba porque no entraban en mi trabajo; poner en relieve el mantenimiento de los principios cooperativista en la Corporación.
Ellos ya tenían una larga historia y capacidad de intriga. Me necesitaban exclusivamente para mantener el discurso de su apuesta por la economía social y solidaria y desde luego hay socios que trabajan en las cooperativas e instrumentos para que éstos estén representados en parte de los procesos de tomas de decisiones. Eso es lo que yo tenía que vender.
Claro que desde que empecé mi trabajo tenía mis críticas, una cooperativa no puede externalizarse como la empresa que busca simplemente abaratar sus gastos de producción, recurriendo a sueldos más bajos; o de distribución, acercando su producción a la demanda. Para hacerlo tendría que crear cooperativas en los lugares de implantación. Otra cosa es lo que está ocurriendo, que se aleja de los principios del cooperativismo.
Aquí tenía yo mi talón de Aquiles, pero lo sorteaba hasta que el escándalo empezó a ser la primera preocupación de Mondragón y Edurne comenzó a pedir una mayor participación en la limpieza de la imagen.
La “cooperativa” tiene, desde hace años, demasiada basura acumulada: el fracaso y la deriva de Fagor. Muchos sabemos cómo sobreviven residuos del buque insignia y sobre todo los trabajadores subcontratados, por obra y con pagos horarios muy bajos,; el timo de las Aportaciones Financieras Subordinadas de Fagor y de Eroski, que ha tomado especialmente relevancia con el escándalo de las Preferentes de Bankia…
Conozco víctimas de cualquiera de los dos casos y siento mucho dolor al comprobar la impunidad de la que gozan las primeras frente a la proclamación por el Supremo de fraude de Bankia.  También se produjo fraude en la oferta de las “aportaciones financieras subordinadas” y para mi algo más grave, porque lo hacía una cooperativa, cuya ortodoxia tenía que defender.
¡Tenía si! Hasta la llegada de Alain a mi terreno; la misma noche en que nos conocimos, tras unos cuantos canutos que me soltaron la lengua.
-Lo bueno de los negro- sentenció- s es que no se nos ve en la inmensidad de la negrura. Tú no existes para Mondragón, has escrito lo que te pedían y para ellos. No existes; no pueden retenerte, ambos sabemos lo que es eso. También sabemos que la sarna es muy útil para invertir el tiempo en rascarnos.
Ya no hablamos más, pero me había dejado bien clarito que no lo estaba haciendo por Ana; prefería la libertad al lujo. Está claro. Lo de que empezábamos a envejecer y que necesitábamos ahorrar para compensar una pensión miserable tampoco valía de mucho, porque, como decía Ana, estábamos inflando demasiado las facturas.
No quiero agobiarme con esas cosas, pero Alain no tenía la menor intención de echarme una mano. Se unió a los otros para jugar al juego de las verdades.  


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