lunes, 19 de junio de 2017

Nuestra cita cotidiana

El Pico Bolívar y El Salto Ángel.
A mediados de marzo mi Carlos culmina Catarsis  y  nuestra  unión se fortalecía. Emprendimos la aventura de concursar en Freeditorial, en tres  días obtuvo más de 1000 descargas.
A finales de marzo comenzamos a  conversar telefónicamente. Carlos sentía miedo de telefonearme. Al oír  por primera vez mi tono de voz, se sosegó. Nuestras conversaciones son muy fluidas y armoniosas

Julio  del 2005   dos  amigos malagueños  y yo corríamos  desesperados por los pasillos  del aeropuerto  Roissy, para tomar el vuelo hacía  Maiquetía.
La maletas de mis compañeros no estaban en la cinta de quipajes a nuestra llegada a Caracas. Ana, malagueña, muy malagueña ella, dicharachera y agradable  sebtenció.
-         Lo siento Iris, sé que es tu país; llegamos a Caracas y se pierden las maletas. ¡Vaya  como nos reciben! En España estás cosas no ocurren 
Así que tuve que aguantar el chaparrón de histeria de mi  amiga.
Su  esposo, Pedro, averiguó en reclamos, e informaron que las valijas  se encontraban  en Madrid. La aerolínea otorgó  un kit de apoyo (una camiseta, un pantalón corto, un peine, un cepillo de dientes) y el equivalente a 100 dólares en bolívares.
En vano había advertido con antelación suficiente que llevaran solamente equipaje de cabina. El motivo del viaje a Venezuela era visitar la s cascada  más alta del mundo (El Salto Ángel)  y  el pico más alto de Venezuela (Pico Bolívar), el primero ubicado al Sur de Venezuela  Estado Bolívar anclado en la Selva amazónica, en el parque Canaima y el último  al oeste  del país en la cordillera andina- Mérida.
Trasladar grandes maletas   para un viaje de aventura, sería  incómodo y poco práctico. Mis amigos no acataron mi consejo.
El extravío del equipaje supuso un problemón. Teníamos contratado  un tour  para el Parque Nacional  Canaima  por 6 días.
Al siguiente día, el único vuelo hacía Bolívar salía a las 8 am y las maletas  de Pedro y Ana llegaban a las 18 horas.
El tour operador accedió a regañadientes  invertir los destinos, primero  viajaríamos a Mérida a nuestro aire y luego a Canaima. 
Recuperado el equipaje, pretendimos  comprar  tres billetes aéreos  hasta Mérida,  estaban agotados hasta nuevo aviso.
Propuse    viajar en autobús, mis amigos, unos miedicas, se rehusaban por considerarlo peligroso.
Consultamos precios   en la única  oficina  de alquiler  de coches en el aeropuerto.
El coste  era cinco veces mayor al de España y  no había vehículo disponible  hasta el mediodía del siguiente día. Nos pareció un exabrupto. La señorita de la agencia, una jovencita muy guapa y atenta, sugirió:  
-         mi padre tiene un coche muy bonito y puede traspórtalos a Mérida  y  servir de chofer en todo el viaje, por menos de la mitad, él posee alojamiento en Mérida.
Accedimos, en efecto, un cochazo americano  nuevo, muy cómodo, el chofer (Jorge) amable, educado  y conocedor de la geografía venezolana.
Una vez en Mérida, un Estado Andino, turístico, organizado  y de gran encanto paisajístico, visitamos primero el  famoso  mercado del centro. Ahí la historia cambió.
Nos encontramos unos excursionistas madrileños,  que igualmente iban a subir  el Pico Bolívar, uno de ellos exclamó
-         ¡Qué chollo es viajar por Venezuela: la gasolina regalada,  el alquiler del coche irrisorio, la comida súper barata!
Pedro no pudo reprimirse
-         ¿Cómo que económico el alquiler?. Tío ¡cinco veces más caro!
El madrileño no salía de su asombro
-         ¿Pero que dices  malagueño? Nosotros alquilamos un coche   en Maiquetía por   nada y menos, nos atendió un chaval muy majo.
Rápidamente caí en cuenta   que habíamos sido  víctimas de una estafa. La chavala  que estaba de turno en la agencia,  exageraba  el importe y mentía sobre la disponibilidad de los coches, así  garantizaba  trabajo para  su generoso padre  que ofrecía un  excelente servicio por  mitad del precio.
Comparamos  costes con los madrileños  y el afable conductor nos cobró cuatro veces más. A este tipo de pillería se le conoce en Venezuela  como “ la viveza criolla” que ha bañado en corrupción a un país entero.

De  ipso facto  llamé a Jorge y le reclamé. Éste,  abochornado y turbado, imploró:
-         Por favor, no denuncie a mi hija, ella precisa  de ese trabajo  y yo también. No les puedo devolver el dinero. En mi hogar hay mucha penuria-
Abrió las puertas  del coche  nos mostró unas fotos  de un niño discapacitado
-         Es mi hijo, el necesita  una medicina  muy costosa que importamos de EEUU, y una silla de ruedas.
Le pregunté en tono fuerte
-         ¿ Por qué compras un coche cómo este y no una silla ruedas para tú hijo?
Jorge suspiró, con  rostro desencajado  respondió
-         El coche no es mío, es de mi patrón, un médico cirujano plástico que vive en New York. Tiene su casa en el Country club, pasa el invierno en Caracas. Yo soy el jardinero, el chofer  y el que le cuida la casa.
Añadió más tranquilizado:
-         Soy mecánico  y altero el contador del kilometraje. Por 15 años  fui conductor de los autobuses Expresos Occidente; por eso conozco  al dedal muchos de los escondrijos de Venezuela. 
Ya tenía el camino allanado para rematar:
-         Por la virgencita del Carmen y este puñado de cruces, se lo juro. De  regreso  le presento a mi niño, ¡se lo juro!
Yo no sabía si creerle o no, ¿pero qué podíamos hacer? si ya  habíamos pagado… Continuamos las estancia   con el chofer embaucador.
El fraude fue compensado por  los sublimes  paisajes andinos, la exquisita comida, la cordialidad  de su gentilicio y el privilegio de visitar unas de las montañas más altas   del mundo.
De regreso a  Caracas, el conductor nos llevó a su casa, una chabola de chapa oxidada, al lado de una  cañada mal oliente contaminada con aguas negras.  Adentro Miguelito, un niño discapacitado de 12 años, que a pesar de su desgracia, reía y reía. Todo en él era amor, su  ternura borró cualquier enojo con el padre, que era un fullero de mucho cuidado, pero un padrazo digno de admirar.
Sí, “la necesidad es ingeniosa  y a veces deshonesta “
Sí, “siempre se coge más rápido un  mentiroso que un cojo”.


En  la próxima cita les narraré que aventuras vivimos en el Salto Ángel.

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