jueves, 5 de octubre de 2017

Nuestra cita cotidiana

María Ana Victoria Langlet


Castillo de Daméry

5 de octubre de 1781

Harto se me echaba el tiempo  encima; eran las once y me faltaban cuatro  habitaciones.  Anita no parecía escuchar las cada vez más insistentes llamadas que hacía alguien a la puerta del servicio. Estaba de los nervios y opté por dejar mi tarea para atender la de mi comadre.
–Soy Francisco  Babeuf. El señor  de Bracquemont me espera…
Me quedé pasmada. El señor Babeuf tenía una mirada triste y profunda que se hizo con la mía. Lucía sus galas. No era alguien que debiera entrar por la puerta del servicio. Me impidió agachar la cabeza.
–Acabo de conocer a Dulcinea del Toboso…
Su voz era enérgica y amable. Me acogía, como lo habían hecho antes sus ojos. Ignoraba quien fuera la tal Dulcinea del Toboso. Su entusiasmo me puso más roja que un tomate.
–Perdón. Me ha venido a la memoria don Quijote de la Mancha. Es un personaje de una novela española.
La aclaración  no fue de gran ayuda entonces. No comprendía. Sentía que una pobre criada despertaba la admiración de un caballero. Entonces me fijé mejor en sus galas. Galas sí, pero de “quiero y no puedo”. Pocos dineros tenía este señor que había tomado por un caballero. Sí hubo hechizo, a juzgar por lo embobados que nos quedamos. Me olvidé por completo de la terea que me esperaba.
Así habríamos seguido si no hubiera aparecido Anita.
–El señor espera…
Dulcinea y don Quijote, ahora ya comprendo el hechizo, estuvieron a punto de desvanecerse, pero habló en mi voz Sancho Panza:
-No es justo que me cargues con tu trabajo ¿Cómo puedo ayudar a este señor?
Anita dio voz a Zeus:
–Este “señor” lleva un tiempo al servicio de esta casa. Hasta ahora se alojaba en los corrales–Hacía de sus palabras una banderilla de las que se clavan a los toros en el ruedo.
Babeuf apenas se inmutó. Mi Sancho Panza, al principio, se sintió ultrajado. Pese a que aún no conocía al tal don Quijote, estoy segura de que en aquel momento era la Dulcinea de Sancho. Después mi unión con don Quijote  nos dio coraza y fuerza para el ataque. Babeuf en sus negociaciones con el patrón y a mí para terminar a tiempo las cuatro habitaciones que me quedaban.
Ambos tuvimos éxito. Siempre he creído que fue entonces cuando comenzamos a funcionar como uno, aunque tuve que esperar unos meses para caer en los brazos del único amor de mi vida.
Estoy llorando como una tonta Siento la mirada triste y profunda de Babeuf que me regaña

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